miércoles, 28 de agosto de 2013

Capítulo 10. Theo.





SÁBADO POR LA MAÑANA.
Bajé las escaleras sin ganas. Me había despertado temprano por voluntad propia, para ir a hacer skate sin necesidad de toparme con mi madre, pero cuando la oí mover platos y vasos en la planta inferior, me di cuenta de que la idea me había salido mal.
Ethan apareció en vestíbulo, y me miró sonriente. Iba vestido sólo con unos bóxers, y con su pecho lleno de pecas al aire. Me aseguré de que me viera poner cara de asco.
—Ponte algo —dije, lamentándome mientras llegaba a la cocina.
Me quité las legañas mientras me dejaba caer en uno de los taburetes de la barra, y levanté la vista hacia mi madre. Tenía su largo cabello pelirrojo cayéndole sobre los hombros, en vez de su usual moño, y entre los dedos tenía un vaso de zumo de naranja. Me sonrió, cosa que no me había hecho desde que tenía cinco años y dio un trago. Para mi sorpresa, no me reprendió por llevar un pijama tan poco femenino.
— ¿Pero qué os pasa a todos hoy, que estáis tan contentos?
De repente, alguien me cogió desde atrás y me levantó. Quise gritar, pero entonces me di cuenta de quién era.
— ¡Papá!
— ¡Theo!
Me di la vuelta y me abracé al cuello de mi padre. Respiré con fuerza, recordando el olor a colonia masculina que siempre llevaba, y reí cuando noté que comenzaba a dar vueltas sobre sí mismo.
— ¡Mi niña!
Cuando me dejó noté que yo era incapaz de dejar de sonreír. Mi padre era un hombre alto, de pelo rubio, y con unos enormes ojos verdes del mismo color de los de Ethan. Trabajaba como empresario, pero incluso cuando no estaba ajetreado o de viaje, solía vestir bastante bien. En ésos momentos llevaba unos tirantes negros sobre una camisa blanca de manga corta. Me revolvió el pelo sin dejar de sonreír.
— ¿Sigues haciendo skate? ¿Cómo te va todo? Oye, ¿y esa tirita? ¿Qué te ha pasado en la ceja?
— ¡Sh! —le chisté, mientras me llevaba el dedo índice en los labios y me ponía de puntillas para hablarle al oído— Me he peleado, pero no lo digas en alto que mamá no lo sabe.
— ¿Sigue siendo igual de cascarrabias contigo?
— ¡Evan! —le llamó la atención mi madre, pero sin dejar de sonreír— No soy cascarrabias, solo intento que nuestra hija sea una verdadera señorita.
—Déjala ser como sea. Porque a Ethan no le llamas la atención, ¿verdad?
Me encantaba estar con mi padre; principalmente porque era totalmente diferente a mi madre. Él era muy liberal, y solía tener siempre la mente abierta a nuevas ideas; y no es que mi madre no lo fuera, si no que ella esperaba demasiada cosas de mí.
Mi padre me guiñó un ojo mientras se sentaba a mi lado. Ethan apareció por el umbral de la puerta, aún semidesnudo.
—Ethan —dije, irguiéndome e imitando la voz de mi madre—;¿es de buena educación ir así por el hogar? ¡Vístete!
Mi padre rió, y mi madre puso los ojos en blanco. Cuando estaba con su marido las barreras de mujer estricta que solía llevar se despedazaban.
—Ésta noche voy a llevar a vuestra madre a cenar; así que os quedaréis solos gran parte de la noche. Eth, nada de fiestas. Theo, puedes decirle a Helen que si quiere quedarse a dormir.
Mi hermano chasqueó la lengua, y yo corrí escaleras arriba.
— ¡Gracias! —grité a medio camino.
Entré en mi buhardilla y rebusqué entre la ropa del suelo hasta dar con mi móvil. Lo desbloqueé y fui a marcar a Helen, cuando otro nombre parpadeó en la pantalla con la melodía de Ed Sheeran.
— ¿Si?
—Libs.
Callé unos instantes, intentado aparentar que estaba enfadada.
— ¿Theo? —su risa sonó desde el otro lado— ¿En serio no me hablas por lo de Dreah? ¡Oh, venga ya! Si tienes una amiga nueva.
—Ojalá se te rompa el skate y te comas toda la acera.
—Venga, T. ¿En serio me vas a tener rencor por eso? —su voz, enlatada por el teléfono, sonaba como si estuviera poniendo cara de cachorrito— ¿A mí? ¿A tu mejor amigo?
—Anda, ya. Cállate y dime qué quieres.
—Al parecer ésta noche hay fiesta en Monuns. Creo que va a ir todo el mundo; te apuntas, ¿no?
—Pues depende de lo que diga Helen. Es que ésta noche…
— ¡Por supuesto que voy! —sonó, la voz de Helen en el teléfono. Había llegado corriendo de algún lado, pues jadeaba— ¿Es que acaso lo dudabas? ¡A las nueve y media estoy en tu casa para vestirnos!
Libai volvió a recuperar el teléfono.
—Ya me he encargado de todo. ¡Nos vemos allí!
Y después colgó.
                                                                    ***
*Nueve y veinte de la noche. Casa de los Hardee*
La puerta se entreabrió ligeramente, de la manera delicada que solía caracterizar a mi padre. Levanté la vista de mi libro y vi su cabellera rubia aparecer tras el umbral. Le sonreí, para que pasara, y él cerró tras su espalda.
Llevaba un traje de chaqueta negra y pajarita blanca. Se había peinado con un poco de gomina hacia un lado, y estaba de lo más elegante.
— ¿Qué tal estoy? —me dijo, abriendo los brazos y dando una vuelta sobre sí mismo.
Levanté el dedo gordo en señal de aprobación y descrucé los pies, sentándome sobre la cama.
—Perfecto, papá.
—Estoy nervioso, ¿sabes? —caminó por la habitación y se sentó a mi lado— Como siempre estoy fuera, es como la primera cita de nuevo con tu madre.
Yo reí, y él miró los pósters de las paredes.
—Me quedaré dos semanas. Algún día podemos ir a la pista, ¿no?
Supongo que se me iluminó la cara. Mi padre, de pequeño, también se había dedicado al deporte del skate, cosa que me contó cuando decidí confesarle que yo lo practicaba, y de vez en cuando me enseñaba algunas fotos. Nunca habíamos podido ir juntos por su trabajo, y que me lo dijera me alegró.
—Claro, te prestaré alguno.
Su mirada se deslizó hasta el póster que tenía junto a la puerta. Era del tamaño de un folio, y me lo habían regalado los chicos por mi cumpleaños. En él se veía la silueta mía, junto a la de Libai, ambos en el aire en medio de una pirueta, con el sol cayendo a nuestra espalda. Arrugó el ceño.
— ¿Ése es el pequeñajo rubio que me presentaste hace unos años? ¿Aquel tan divertido, con aparatos?
–Sí, Libai. Pero papá, ya no es tan pequeñajo.
Él se levantó de la cama y sonrió de medio lado, tan pícaramente como su rostro fue capaz de expresar, y después se giró, caminando de espaldas hacia la puerta mientras bailaba estúpidamente.
—A Theo le gusta Libai…—canturreó tontamente—, Theo está enamorada…
Me puse en pie y lo arrastré hasta la puerta. Él soltó varias carcajadas y me dio un beso sobre la frente.
—Es broma, es broma. Pásalo bien ésta noche en ésa fiesta, ¿sí? Te quiero.
—Igualmente.
Mi padre desapareció por el pasillo, y antes de que pudiera cerrar la puerta, un remolino rubio saludó a mi padre y entró por el umbral.
—Me ha abierto tu hermano en calzoncillos —dijo, mientras tiraba su bolsa sobre mi cama—. Menos mal que nos tenemos confianza.
Sacó la ropa que iba a ponerse, la dejó a un lado, y abrió mi armario frunciendo el ceño.
—No te molestes, Helly. Los primeros pantalones, las Martens de abajo a la izquierda y una camisa cualquiera. Ya elegiré después el gorro.
Ella me miró, con los ojos abiertos de par en par y negó, haciendo que todas sus trabas brillaran.
—Nueva vestimenta —sacó del fondo del armario una prenda y me la tiró—; un vestido.
Lo abrí ante mí. La falda era de color vaquero, tenía cuello, y en el pecho era encaje blanco sobre la tela azul. Lo había comprado en un arrebato y nunca me lo había puesto.
—Oh, no. No. Sabes que somos incompatibles.
—Venga, Theo. Por favor. Por favor. Porfiporfiporfiporfi. Te quedaría genial.
—Necesito pantalones.
—Una sola noche, solo hoy.
Tras unos instantes de duda, puse los ojos en blanco y me quité la vieja camiseta de andar por casa para pasarme el vestido por la cabeza. Era extraño no tener nada que envolviera mis piernas, y en cada movimiento tenía que procurar que no se me viera la ropa interior. Helen asintió enérgicamente con una sonrisa en el rostro, y después se cambió ella con rapidez, poniéndose un vestido liso de color aguamarina, con un fino cinturón en la cadera. Me enfundé en mis Vans vaqueras y después agarré mi gorro de lana blanco, encajándolo como siempre en su sitio.
—Oh, debí imaginar que el gorro no podría omitirlo.
—Obvio —dije, sonriendo.
Salimos a la calle. Las farolas se habían encendido y emitían finos destellos sobre las carreteras. En unos minutos estuvimos frente al pub, donde Helen cogió aire y entró. Estaba lleno de gente, de rostros conocidos. Observé a Cinbelin, la chica que nos había atendido en el bar, a lo lejos, hablando con Eliot, el chico que parecía saberlo todo, con los ojos brillantes. Su primo estaba apoyado en una de las paredes del local, con el cuaderno de dibujo entre las manos. Savannah, para mi sorpresa estaba en el escenario, cantando mientras aferraba con ambas manos un micrófono “Valerie” de Amy Winehouse. Sonreí nada más reconocer la canción, y sonreí aún más cuando noté vibrar en mis venas su perfecta voz. Cerca de la mesa de bebidas estaban los surferos, y Dreah me saludó con un gesto de la cabeza, y Neithan con la mano. Les envié una sonrisa; y me percaté poco después de la presencia de mi hermano en una esquina de la sala. Kyl se acercó, con el resto del grupo. Cuando me vió me sostuvo por los hombros y comenzó a agitarme.
— ¿Theo? ¿¡Qué te han hecho!? ¡Llevas vestido!
Me deshice de sus manos y lo miré, reprimiendo una sonrisa.
—Última vez que me lo pongo, avisados quedáis. —eché una mirada al grupo, a sabiendas de que Marc, siempre pensando en los demás, estaría cogiendo las bebidas— ¿Y Libai?
Leo señaló con el dedo una esquina del pub. Abrió los ojos al ver lo que señalaba y después sonrió.
—Allí.
Efectivamente, allí estaba. Pero sus labios estaban con otra persona. Caitlin; la compañera de Savannah. Ahogué un grito cuando algo me retorció las entrañas. La música de ambiente que había en los descansos de la cantante se volvió molesta. Me volví al grupo, dándole la espalda a la escenita.
—Y bueno, eh… ¿dónde está Vincent?
Pero sólo yo parecí oírme. La voz me salió cortada. Leo y Kyl estaban de puntillas, intentando observar a la pareja. Helen ayudaba a Marc a traer las bebidas.
—¿Qué hacen?
–Creo que hablan. Pero, Kyl, no deberíamos vigilarlos.
Conseguí hacerme oír por encima del ruido de los aplausos.
—Yo, eh…Me tengo que ir. Decidle a mi hermano que me encuentro mal, por favor.
Comencé a correr, fuera de aquel lugar. Debía de ser sincera, pensé, mi mente podía decirme que no mil veces, pero lo sentimientos que me impulsaban a sentirme mal tras ver aquel beso, a salir corriendo de aquel lugar eran aplastantes. Sí que me gustaba. Me sequé con impaciencia las lágrimas del rostro y avancé sin rumbo.
Incluso inconscientemente, durante casi veinte minutos caminando acabé en el parque de skate. Siempre acababa allí. Me senté con impaciencia en el bowl, donde el día anterior aprendí a hacer nuevas piruetas. Me tapé con la melena rojiza el rostro y bajé el gorro hasta que me tapara los ojos. Sentía un odio estúpido hacia mi mejor amigo. Él era libre de hacer lo que quería, y lo sabía. Pero, entonces, ¿por qué me sentía como si me hubieran clavado un cuchillo en el corazón?
Oí pasos en mi espalda casi media hora más tarde, y después alguien que se sentaba a mi lado.
— ¿Theo?
Su voz hizo estremecerme. Asentí casi imperceptiblemente.
— ¿Qué haces aquí?
—Dreah me dijo que te persiguiera o partiría su tabla en mi cabeza. Y tú, ¿por qué estás sola?
No sabía si agradecerle a la surfera aquel gesto o no.
—No estoy sola, estoy conmigo misma —dije, bajito, para que no se me quebrara la voz.
Él rió, y me sentí estúpida por amar ésa risa.
— ¿No te has ido demasiado pronto?
—Sabes que no me gustan ése tipo de fiestas.
—Oh, vamos Theo. Dime qué te pasa; eres como mi hermana pequeña.
“Ése es el problema—pensé—, no quiero ser tu hermana pequeña. Ni mayor. No quiero ser tu hermana”
—Nada, ¿vale? Libai, déjame sola.
Por mi pelo no pude verle el rostro, pero sabía que estaba impaciente. Me colocó bien el gorro y me apartó el cabello del hombro derecho, para poder verme. Me sequé el rostro con rapidez.
—Theo. Dime.
—No pienso decírtelo. Largo.
— ¿Eh? ¡Llevas vestido!
—Ajá. Es algo normal entre las chicas, pero entiendo que no te hayas dado cuenta. Estabas ocupado en…otras cosas.
Él alzó una ceja. Observé, que como yo, llevaba un gorro blanco sobre el pelo rubio. Se había puesto una camisa con cuello verde y unos vaqueros de tubo.
— ¿A qué te refieres?
—A nada. ¡Largo!
—Pero, ¿he hecho algo? No puedo verte así. ¿Ha pasado algo en tu casa? ¿O en la fiesta…? —se detuvo— Es por lo de Caitlin, ¿verdad? ¿Es eso? —no contesté— Pues te aseguro que vino y me besó porque sí. Es algo…precipitada. La aparté inmediatamente.
—No seas egocéntrico, no es por ti. —mentira— No tienes que asegurarme nada porque lo que hagas o dejes de hacer con tus labios no me importa.
Él sonrió y bajo la noche sus aparatos brillaron.
—Te lo juro.
— ¡Libai! ¡Que me da igual!
Sin abandonar la sonrisa burlona me quitó el gorro y me puso el suyo. Sólo se diferenciaban porque el suyo era algo más caído hacia detrás, y sólo con tenerlo en la cabeza supe que era su favorito. Se colocó el mío y se levantó, con las manos en los bolsillos.
—Ahí tienes mi juramento. Además, Theo, deberías saber ya que mi corazón sólo pertenece a una pelirroja que hace skate. ¿Seguro que no has oído hablar de ella?
Después sonrió y se alejó silbando, dejándome sola con el corazón vibrando, mirando hacia las estrellas que comenzaban a aparecer en el cielo.

Theo.

martes, 20 de agosto de 2013

Capítulo 9. Savannah.



(http://www.polyvore.com/sk/set?id=79533207 Sábado por la mañana. Reunión con Curry)
(http://www.polyvore.com/sk/set?id=79408598 Sábado por la noche. Concierto)

SABADO POR LA MAÑANA.
—Sav, mira lo que he encontrado  —se sentó en una de las mesas redondas del comedor con un papel en la mano— Dice; “El sábado 15 “The Rock Hell” abrirá sus puertas para dar paso al concierto de despedida del verano, a las 19:30h. Empezaremos dando la nota. Te esperamos.” —leyó mientras yo comía. La miré— ¿Qué?, ¿no sería divertido? —dijo con una gran sonrisa—Deberíamos ir —lo dejó caer, sabía que se moría por estar allí.
—No sé si podré —limpie mis manos con una servilleta—, ésta tarde tengo una reunión; así que, si tengo actuación, creo que tendrás que ir con Kim —su cara se desencajó—. Lo siento. —me encogí de hombros en forma de disculpa.
—Pues —dijo indignada—, yo quería que fueras. —me miró— Va a ir mucha gente y... —calló al ver como un móvil sonaba a lo lejos.
—Espera.
Me levanté de la silla y fui en busca de mi teléfono que no paraba de sonar, miré la pantalla y resultaba ser un número desconocido.
—Knowels, pensé que no lo cogerías. —habló una voz masculina.
— ¿Que quieres, Jagger?
—Que poco tacto, ¿eh? —dijo indignado.
—Oliver... —dije en forma de advertencia.
—Vale, ahora en serio. Te llamaba para saber si esta noche actuabas en “Monuns”.
— ¿Que te importa? —alcé una de mis cejas aún sabiendo que no me vería.
—Oye, ¿te pasa algo? —dijo, confuso.
—Lo que me pasa eres tú —cruce mis brazos—, no me gustas ni un pelo, odio que me llames y que sepas de mi vida, Oliver.
—Hey, que solo te preguntaba —se defendió.
—Y yo te respondo, no te importa lo que haga o deje de hacer. Simplemente, déjame en paz. —colgué.
Camine hacia el comedor y vi a Caitlin bajar las escaleras con su mochila.
—Me voy —me abrazó— mamá necesita ayuda con la mudanza y Loran —reímos al recordar a su hermano pequeño—. Nos vemos esta noche.
Cerré la puerta con el pie mientras comía del tazón de leche y cereales, encendí la tele mientras revisaba mi teléfono. En ése momento, una pequeña niña de ojos marrones con un peluche estropajoso bostezaba frente a mí.

—Uf —tapé mi nariz—, ¿sabes lo que es un cepillo de dientes? —pregunté asqueada.
— ¿Es eso con lo que mamá me lava los dientes? —preguntó mi hermana.
—Exacto —rió.
—Pues entonces si sé lo que es —asintió con la cabeza— el mío es rosa. —reí al ver su cara.
— ¿Sabes si mamá está despierta? —pregunté, andando hasta la cocina.
—No. —dijo, hipnotizada por los dibujos animados.
—Mamá —entré en su habitación—, me voy, llegaré tarde así que no me esperes. —dije, cerrando la puerta.
— ¡Savannah! —gritó desde el otro lado— ¿A dónde vas?
—Por ahí. —me encogí de hombros mientras bajaba las escaleras— Adiós, Bicho. –dije, cuando pasé por el salón camino a la puerta de salida.
—Adiós, Savi.
                                                               ***
Levanté un poco mi falda y entré en mi deportivo. Avril Lavinge sonaba mientras le daba la quinta calada a mi cigarrillo. Cuando esté se acabo lo tiré al suelo y entré en un pequeño restaurante.
—Señorita Knowels —estiró su mano. La acepte.
—Ronall —sonreí.
Mientras Ronall Curry hablaba, observe mi entorno. Habían unas pocas mesas vacías mientras que otras las ocupaban un gran grupo de personas; al lado nuestro pude divisar una pareja, más allá una familia y en una pequeña esquina un chico tomando un café.
La tarde pasó realmente rápida entre tanto contrato y papeleo, finalmente, nos despedimos y quedamos en llamarnos otra vez, por ahora, había firmado con una de las mejores discográficas de LA.

9:30 DE LA NOCHE. HORAS ANTES DE LA ACTUACIÓN.
“¿Puedes venir y te arreglas aquí? No sé que ponerme y necesito ayuda. Xoxo” Enviar. Caitlin en menos de 20 minutos ya estaba tocando el timbre.
—Y bueno, esto es lo que tengo. —me encogí de hombros sentándome en una montaña de ropa.
— ¿Y te parece poco? —dijo con asombro— ¿no tenías nada pensado?
—Sí, este vestido con estos zapatos.
—Yo creo que van bien —sonrió— pero el vestido es muy corto, Sav. —agregó.
—Mejor —reí pícaramente y entré en el baño.

Después de peinarme y vestirme, empezamos a ordenar todo ese desastre.
—Tengo algo que decirte —dijo mientras yo me ponía el abrigo largo y ella recogía las pinturas— esta noche pienso besar a Libai. —soltó de sopetón.
—Estás loca, ¿verdad? —la mire por el reflejo del espejo— Ni lo sueñes, Caitlin —di media vuelta— Libai, es como... el chico perfecto pero intocable —expliqué. Una sonrisa traviesa salió de su boca— No harás nada, ¿verdad? —le dije seriamente— Por favor.
—Ya veremos —y salió por la puerta de mi habitación.
                                                                 ***
“Well sometimes I go out by myself
And I look across the water
And I think of all the things what you're doing
And in my head I make a picture”
Cantaba mientras Dann tocaba la guitarra a mi lado, todo el Pub estaba abarrotado y ya había visto algunas caras conocidas, al parecer, todo el instituto estaba aquí.

Cuando terminé la canción y tuve un descanso para beber agua, bajé por atrás e intenté buscar a Cait. Pasé por medio de la gente hasta llegar al fondo de la sala donde pude divisar a mi amiga besándose con alguien. Al acercarme un poco más, pude ver esos aparatos que me resultaban muy familiares. No lo podía creer, Caitlin estaba besando a Libai.

Capítulo 8. Cinbelin.





JUEVES POR LA TARDE.

—Becka, bajo la luz del sol que cubre el horizonte en este bello atardecer, estas más bella que nunca, no obstante creo que la luz de la luna te haría a un más hermosa. —dijo Marck mientras le tomaba de la mano y se la besaba.
Todos observamos a Marck atónitos. Era esa clase de chico que ligaría hasta con una piedra, si esta llevara peluca y ropa de chica. Realmente nunca había tenido novia, siempre le daban calabazas y lo más sorprendente, nunca parecía molesto.
—Esto…Marck —comenzó a decir Becka entre risas—, aun no ha empezado a atardecer.
Todos nos reímos, mientras Marck abría los ojos como platos.
-Pues nada, Bec, ya la has cagado.
El entrenamiento había terminado apenas unos minutos, los primeros días no solía ser tan duro, se limitaba a dar toques y a observar a los nuevos jugadores. En el equipo masculino el nivel exigido por su entrenador para entrar era auténticamente alto, por lo cual no había ninguna incorporación nueva. En cambio el nivel de nuestra entrenadora era muy bajo, para así dar más oportunidades a las estudiantes de ingresar, así que se nos unió una chica llamada Cris.
Cris era una chica bastante mona, la conocía de primaria, era esa clase de chicas que lo darían todo por conseguir su sueño, nunca supe que le gustaba el fútbol hasta ese día.
Según termino el entrenamiento el grupo se había reunido en las gradas, para charlas un rato antes de irnos a los vestuarios. Elisa estaba sentada en el césped, junto a Fran y Fragg. En el primer escalón de las gradas Becka y Marck. En el segundo nos encontrábamos Eliot a mi derecha de pie y yo.
— ¡TENGO DOS NOTICIAS!— gritó Elisa observando la pantalla de su móvil atenta.
—Una buena y una mala, ¿no? —preguntó Eliot mientras se dejaba caer sudoroso a mi lado.
—Pues no, listo. Pero si quieres busco una.
—Bueno, bueno dinos de que se tratan. —dijo Becka.
Elisa se levantó del césped, se limpio el uniforme con la mano que tenía libre y luego dijo:
—La buena —miró a Eliot con una sonrisa enigmática—, que me han cambiado de puesto y soy la portera. —todos gritamos y aplaudimos, siempre había deseado ser portera. —La neutra, es que mañana hay una “pelea” entre los surferos y los skaters; me han mandado un WhatsApp para ir a mirar. se encogió de hombros y luego rápidamente añadió: —La mala es que como Eliot no se duche pronto todos moriremos intoxicados por ese aroma que desprende.
—Y que lo digas, Elisa. Me tiene mareada.  —comenté mientras me reía.
—Creo que deberíamos asistir a esa especie de pelea, sería divertido.
—comentó Fran.
—Sí. —dijimos todos a unísono.
—Frente a la pista de los skaters , por favor. Sería genial. —dijo Marck.
Todos asentimos.
Dicho esto cada uno partió a su vestuario correspondiente para darse una ducha y volver a casa.


VIERNES.
Todos nos habíamos reunido frente a la pista de skate como habíamos decidido. Fragg observaba atontado a una chica que cabalgaba sobre una ola con mucho estilo, Dylan que también me había decidido venir, me comentó que la chica se llamaba Prim, ambos compartían clase de pintura hace dos año.
—Fragg se te cae la baba, chico. —dijo Elisa ofreciéndole un pañuelo.
—Está muy buena. —dijo este sin hacerle caso a Elisa.
— ¿Qué dices tío? La rubia con mala leche está mucho mejor y que sea de tan mala hostia enamora. —comentó Fran al cual le llegó una colleja de Becka.
—Idiotas. —Becka, se giró en busca de Marck.
Marck estaba de espaldas a la playa, tenía la vista clavada en los skaters, durante toda la competición no se giro ni tan siquiera para ver los trucos de los surferos.
No supe cómo se formo, pero de repente observe como Theo la skater pelirroja alzaba su mano hacía la mejilla de una muchacha rubia. Cuando decidimos marcharnos Dylan me había dicho el nombre la muchacha: Dreah.
Eliot, Dylan y yo habíamos abandonado todo aquello por distintos motivos: ninguno estaba a gusto viendo como se pelaban y teníamos que partir a un pequeño local de la playa llamado Panteón.
Panteón era una caseta de madera bastante amplia de color verde, decorada con conchas y algas dibujadas a mano por Dylan un par de años más atrás. Las ventanas impecables y amplias con vistas a la playa junto a la buena decoración del interior hacían que comer dentro fuera impresionante. Mientras tanto si decidías comer fuera, en la terraza le decoración de limitaba a un par de sillas y mesas con sombrillas. Era un lugar de buena calidad y barato.
El padre de Eliot, mi jefe y dueño de Panteón era un hombre muy gracioso y con unas manos para la cocina increíble, su comida era para chuparse los dedos.
Una vez dentro los tres saludaos al señor Ross con educación: Eliot ocupo su respectivo puesto detrás de la barra, Dylan se sentó en una mesa con su cuaderno de dibujo, yo me puse mi delantal y cogí una libreta que guarde en el bolsillo trasero de mi vaquero.
Salí a la terraza para poner el cartel de “abierto”  y me encontré una imagen desconcertante: Las chicas de la pelea, Theo y Dreah, sentadas en la misma mesa, una frente a la otra con la mirada apartada.
—Y os quedáis quietitas. —comentó un chico rubio.
—Cierto, tenéis que hablar sobre el tema de pegar a todo Dios. —añadió otro chico.
Ambos sentados en una mesa cercana a la de las chicas. Algo me decía que no estaban allí sentadas por voluntad propia, daba la sensación de que ninguna estaba a gusto en compañía de la otra. Me acerqué temerosa, por si acaso les daba por pegarse otra vez.
— ¿Os tomo nota?—sonreí.
—Yo tomaré un bocadillo de jamón y queso a la plancha, el queso muy fundido y para beber un Nestea de melocotón. —dijo Dreah sin tan si quiera mirarme, tenía la mirada perdida en el mar.
—Para mí una hamburguesa normal y una Coca-Cola.
Una vez apunté todo me acerque hacía los chicos con la intención de apuntar su pedido, pero pronto Neithan, al cual conocía por mi clase de música del año pasado se encargo de hacer que me ahorrara el viaje.
—No vamos a tomar nada, gracias.
Asentí y fui directa a la cocina.
Pronto los pedidos estuvieron listos, para mi sorpresa mientras los depositaba en mesa observe que ambas chicas sonreían y hablaban entre sí, no de esa manera amistosa, más bien como un último remedio.
— ¡Un momento! —Eliot salió del interior del chiringuito y en
un minuto se puso a mi lado. —Este es tu Nestea, Dreah. Ese es de limón.
Quité el otro Nestea y lo deposite en la bandeja.
— ¡Eh, tú eres Theodora! —Eliot miró a la chica pelirroja. —Tú hermano es Ethan, el ligón del instituto y para colmo estrella del equipo de baloncesto. ¿Qué se siente viviendo con él? Tiene que molar. Te compraste una tabla nueva, ¿eh?
—Oye, tío, me estas asustando. —declaró la chica entre risas.
Eliot solía saber un poco sobre todo el mundo, no en gran cantidad, pero si la suficiente para asustar a alguien. Por lo general rara vez se guardaba lo que sabía, era más de compartir.
Agarre a Eliot del brazo y lo arrastre hasta el interior del chiringuito, aún nos quedaba tres largas horas y Savannah aparecía por la puerta.



Cinbelin.