miércoles, 28 de agosto de 2013

Capítulo 10. Theo.





SÁBADO POR LA MAÑANA.
Bajé las escaleras sin ganas. Me había despertado temprano por voluntad propia, para ir a hacer skate sin necesidad de toparme con mi madre, pero cuando la oí mover platos y vasos en la planta inferior, me di cuenta de que la idea me había salido mal.
Ethan apareció en vestíbulo, y me miró sonriente. Iba vestido sólo con unos bóxers, y con su pecho lleno de pecas al aire. Me aseguré de que me viera poner cara de asco.
—Ponte algo —dije, lamentándome mientras llegaba a la cocina.
Me quité las legañas mientras me dejaba caer en uno de los taburetes de la barra, y levanté la vista hacia mi madre. Tenía su largo cabello pelirrojo cayéndole sobre los hombros, en vez de su usual moño, y entre los dedos tenía un vaso de zumo de naranja. Me sonrió, cosa que no me había hecho desde que tenía cinco años y dio un trago. Para mi sorpresa, no me reprendió por llevar un pijama tan poco femenino.
— ¿Pero qué os pasa a todos hoy, que estáis tan contentos?
De repente, alguien me cogió desde atrás y me levantó. Quise gritar, pero entonces me di cuenta de quién era.
— ¡Papá!
— ¡Theo!
Me di la vuelta y me abracé al cuello de mi padre. Respiré con fuerza, recordando el olor a colonia masculina que siempre llevaba, y reí cuando noté que comenzaba a dar vueltas sobre sí mismo.
— ¡Mi niña!
Cuando me dejó noté que yo era incapaz de dejar de sonreír. Mi padre era un hombre alto, de pelo rubio, y con unos enormes ojos verdes del mismo color de los de Ethan. Trabajaba como empresario, pero incluso cuando no estaba ajetreado o de viaje, solía vestir bastante bien. En ésos momentos llevaba unos tirantes negros sobre una camisa blanca de manga corta. Me revolvió el pelo sin dejar de sonreír.
— ¿Sigues haciendo skate? ¿Cómo te va todo? Oye, ¿y esa tirita? ¿Qué te ha pasado en la ceja?
— ¡Sh! —le chisté, mientras me llevaba el dedo índice en los labios y me ponía de puntillas para hablarle al oído— Me he peleado, pero no lo digas en alto que mamá no lo sabe.
— ¿Sigue siendo igual de cascarrabias contigo?
— ¡Evan! —le llamó la atención mi madre, pero sin dejar de sonreír— No soy cascarrabias, solo intento que nuestra hija sea una verdadera señorita.
—Déjala ser como sea. Porque a Ethan no le llamas la atención, ¿verdad?
Me encantaba estar con mi padre; principalmente porque era totalmente diferente a mi madre. Él era muy liberal, y solía tener siempre la mente abierta a nuevas ideas; y no es que mi madre no lo fuera, si no que ella esperaba demasiada cosas de mí.
Mi padre me guiñó un ojo mientras se sentaba a mi lado. Ethan apareció por el umbral de la puerta, aún semidesnudo.
—Ethan —dije, irguiéndome e imitando la voz de mi madre—;¿es de buena educación ir así por el hogar? ¡Vístete!
Mi padre rió, y mi madre puso los ojos en blanco. Cuando estaba con su marido las barreras de mujer estricta que solía llevar se despedazaban.
—Ésta noche voy a llevar a vuestra madre a cenar; así que os quedaréis solos gran parte de la noche. Eth, nada de fiestas. Theo, puedes decirle a Helen que si quiere quedarse a dormir.
Mi hermano chasqueó la lengua, y yo corrí escaleras arriba.
— ¡Gracias! —grité a medio camino.
Entré en mi buhardilla y rebusqué entre la ropa del suelo hasta dar con mi móvil. Lo desbloqueé y fui a marcar a Helen, cuando otro nombre parpadeó en la pantalla con la melodía de Ed Sheeran.
— ¿Si?
—Libs.
Callé unos instantes, intentado aparentar que estaba enfadada.
— ¿Theo? —su risa sonó desde el otro lado— ¿En serio no me hablas por lo de Dreah? ¡Oh, venga ya! Si tienes una amiga nueva.
—Ojalá se te rompa el skate y te comas toda la acera.
—Venga, T. ¿En serio me vas a tener rencor por eso? —su voz, enlatada por el teléfono, sonaba como si estuviera poniendo cara de cachorrito— ¿A mí? ¿A tu mejor amigo?
—Anda, ya. Cállate y dime qué quieres.
—Al parecer ésta noche hay fiesta en Monuns. Creo que va a ir todo el mundo; te apuntas, ¿no?
—Pues depende de lo que diga Helen. Es que ésta noche…
— ¡Por supuesto que voy! —sonó, la voz de Helen en el teléfono. Había llegado corriendo de algún lado, pues jadeaba— ¿Es que acaso lo dudabas? ¡A las nueve y media estoy en tu casa para vestirnos!
Libai volvió a recuperar el teléfono.
—Ya me he encargado de todo. ¡Nos vemos allí!
Y después colgó.
                                                                    ***
*Nueve y veinte de la noche. Casa de los Hardee*
La puerta se entreabrió ligeramente, de la manera delicada que solía caracterizar a mi padre. Levanté la vista de mi libro y vi su cabellera rubia aparecer tras el umbral. Le sonreí, para que pasara, y él cerró tras su espalda.
Llevaba un traje de chaqueta negra y pajarita blanca. Se había peinado con un poco de gomina hacia un lado, y estaba de lo más elegante.
— ¿Qué tal estoy? —me dijo, abriendo los brazos y dando una vuelta sobre sí mismo.
Levanté el dedo gordo en señal de aprobación y descrucé los pies, sentándome sobre la cama.
—Perfecto, papá.
—Estoy nervioso, ¿sabes? —caminó por la habitación y se sentó a mi lado— Como siempre estoy fuera, es como la primera cita de nuevo con tu madre.
Yo reí, y él miró los pósters de las paredes.
—Me quedaré dos semanas. Algún día podemos ir a la pista, ¿no?
Supongo que se me iluminó la cara. Mi padre, de pequeño, también se había dedicado al deporte del skate, cosa que me contó cuando decidí confesarle que yo lo practicaba, y de vez en cuando me enseñaba algunas fotos. Nunca habíamos podido ir juntos por su trabajo, y que me lo dijera me alegró.
—Claro, te prestaré alguno.
Su mirada se deslizó hasta el póster que tenía junto a la puerta. Era del tamaño de un folio, y me lo habían regalado los chicos por mi cumpleaños. En él se veía la silueta mía, junto a la de Libai, ambos en el aire en medio de una pirueta, con el sol cayendo a nuestra espalda. Arrugó el ceño.
— ¿Ése es el pequeñajo rubio que me presentaste hace unos años? ¿Aquel tan divertido, con aparatos?
–Sí, Libai. Pero papá, ya no es tan pequeñajo.
Él se levantó de la cama y sonrió de medio lado, tan pícaramente como su rostro fue capaz de expresar, y después se giró, caminando de espaldas hacia la puerta mientras bailaba estúpidamente.
—A Theo le gusta Libai…—canturreó tontamente—, Theo está enamorada…
Me puse en pie y lo arrastré hasta la puerta. Él soltó varias carcajadas y me dio un beso sobre la frente.
—Es broma, es broma. Pásalo bien ésta noche en ésa fiesta, ¿sí? Te quiero.
—Igualmente.
Mi padre desapareció por el pasillo, y antes de que pudiera cerrar la puerta, un remolino rubio saludó a mi padre y entró por el umbral.
—Me ha abierto tu hermano en calzoncillos —dijo, mientras tiraba su bolsa sobre mi cama—. Menos mal que nos tenemos confianza.
Sacó la ropa que iba a ponerse, la dejó a un lado, y abrió mi armario frunciendo el ceño.
—No te molestes, Helly. Los primeros pantalones, las Martens de abajo a la izquierda y una camisa cualquiera. Ya elegiré después el gorro.
Ella me miró, con los ojos abiertos de par en par y negó, haciendo que todas sus trabas brillaran.
—Nueva vestimenta —sacó del fondo del armario una prenda y me la tiró—; un vestido.
Lo abrí ante mí. La falda era de color vaquero, tenía cuello, y en el pecho era encaje blanco sobre la tela azul. Lo había comprado en un arrebato y nunca me lo había puesto.
—Oh, no. No. Sabes que somos incompatibles.
—Venga, Theo. Por favor. Por favor. Porfiporfiporfiporfi. Te quedaría genial.
—Necesito pantalones.
—Una sola noche, solo hoy.
Tras unos instantes de duda, puse los ojos en blanco y me quité la vieja camiseta de andar por casa para pasarme el vestido por la cabeza. Era extraño no tener nada que envolviera mis piernas, y en cada movimiento tenía que procurar que no se me viera la ropa interior. Helen asintió enérgicamente con una sonrisa en el rostro, y después se cambió ella con rapidez, poniéndose un vestido liso de color aguamarina, con un fino cinturón en la cadera. Me enfundé en mis Vans vaqueras y después agarré mi gorro de lana blanco, encajándolo como siempre en su sitio.
—Oh, debí imaginar que el gorro no podría omitirlo.
—Obvio —dije, sonriendo.
Salimos a la calle. Las farolas se habían encendido y emitían finos destellos sobre las carreteras. En unos minutos estuvimos frente al pub, donde Helen cogió aire y entró. Estaba lleno de gente, de rostros conocidos. Observé a Cinbelin, la chica que nos había atendido en el bar, a lo lejos, hablando con Eliot, el chico que parecía saberlo todo, con los ojos brillantes. Su primo estaba apoyado en una de las paredes del local, con el cuaderno de dibujo entre las manos. Savannah, para mi sorpresa estaba en el escenario, cantando mientras aferraba con ambas manos un micrófono “Valerie” de Amy Winehouse. Sonreí nada más reconocer la canción, y sonreí aún más cuando noté vibrar en mis venas su perfecta voz. Cerca de la mesa de bebidas estaban los surferos, y Dreah me saludó con un gesto de la cabeza, y Neithan con la mano. Les envié una sonrisa; y me percaté poco después de la presencia de mi hermano en una esquina de la sala. Kyl se acercó, con el resto del grupo. Cuando me vió me sostuvo por los hombros y comenzó a agitarme.
— ¿Theo? ¿¡Qué te han hecho!? ¡Llevas vestido!
Me deshice de sus manos y lo miré, reprimiendo una sonrisa.
—Última vez que me lo pongo, avisados quedáis. —eché una mirada al grupo, a sabiendas de que Marc, siempre pensando en los demás, estaría cogiendo las bebidas— ¿Y Libai?
Leo señaló con el dedo una esquina del pub. Abrió los ojos al ver lo que señalaba y después sonrió.
—Allí.
Efectivamente, allí estaba. Pero sus labios estaban con otra persona. Caitlin; la compañera de Savannah. Ahogué un grito cuando algo me retorció las entrañas. La música de ambiente que había en los descansos de la cantante se volvió molesta. Me volví al grupo, dándole la espalda a la escenita.
—Y bueno, eh… ¿dónde está Vincent?
Pero sólo yo parecí oírme. La voz me salió cortada. Leo y Kyl estaban de puntillas, intentando observar a la pareja. Helen ayudaba a Marc a traer las bebidas.
—¿Qué hacen?
–Creo que hablan. Pero, Kyl, no deberíamos vigilarlos.
Conseguí hacerme oír por encima del ruido de los aplausos.
—Yo, eh…Me tengo que ir. Decidle a mi hermano que me encuentro mal, por favor.
Comencé a correr, fuera de aquel lugar. Debía de ser sincera, pensé, mi mente podía decirme que no mil veces, pero lo sentimientos que me impulsaban a sentirme mal tras ver aquel beso, a salir corriendo de aquel lugar eran aplastantes. Sí que me gustaba. Me sequé con impaciencia las lágrimas del rostro y avancé sin rumbo.
Incluso inconscientemente, durante casi veinte minutos caminando acabé en el parque de skate. Siempre acababa allí. Me senté con impaciencia en el bowl, donde el día anterior aprendí a hacer nuevas piruetas. Me tapé con la melena rojiza el rostro y bajé el gorro hasta que me tapara los ojos. Sentía un odio estúpido hacia mi mejor amigo. Él era libre de hacer lo que quería, y lo sabía. Pero, entonces, ¿por qué me sentía como si me hubieran clavado un cuchillo en el corazón?
Oí pasos en mi espalda casi media hora más tarde, y después alguien que se sentaba a mi lado.
— ¿Theo?
Su voz hizo estremecerme. Asentí casi imperceptiblemente.
— ¿Qué haces aquí?
—Dreah me dijo que te persiguiera o partiría su tabla en mi cabeza. Y tú, ¿por qué estás sola?
No sabía si agradecerle a la surfera aquel gesto o no.
—No estoy sola, estoy conmigo misma —dije, bajito, para que no se me quebrara la voz.
Él rió, y me sentí estúpida por amar ésa risa.
— ¿No te has ido demasiado pronto?
—Sabes que no me gustan ése tipo de fiestas.
—Oh, vamos Theo. Dime qué te pasa; eres como mi hermana pequeña.
“Ése es el problema—pensé—, no quiero ser tu hermana pequeña. Ni mayor. No quiero ser tu hermana”
—Nada, ¿vale? Libai, déjame sola.
Por mi pelo no pude verle el rostro, pero sabía que estaba impaciente. Me colocó bien el gorro y me apartó el cabello del hombro derecho, para poder verme. Me sequé el rostro con rapidez.
—Theo. Dime.
—No pienso decírtelo. Largo.
— ¿Eh? ¡Llevas vestido!
—Ajá. Es algo normal entre las chicas, pero entiendo que no te hayas dado cuenta. Estabas ocupado en…otras cosas.
Él alzó una ceja. Observé, que como yo, llevaba un gorro blanco sobre el pelo rubio. Se había puesto una camisa con cuello verde y unos vaqueros de tubo.
— ¿A qué te refieres?
—A nada. ¡Largo!
—Pero, ¿he hecho algo? No puedo verte así. ¿Ha pasado algo en tu casa? ¿O en la fiesta…? —se detuvo— Es por lo de Caitlin, ¿verdad? ¿Es eso? —no contesté— Pues te aseguro que vino y me besó porque sí. Es algo…precipitada. La aparté inmediatamente.
—No seas egocéntrico, no es por ti. —mentira— No tienes que asegurarme nada porque lo que hagas o dejes de hacer con tus labios no me importa.
Él sonrió y bajo la noche sus aparatos brillaron.
—Te lo juro.
— ¡Libai! ¡Que me da igual!
Sin abandonar la sonrisa burlona me quitó el gorro y me puso el suyo. Sólo se diferenciaban porque el suyo era algo más caído hacia detrás, y sólo con tenerlo en la cabeza supe que era su favorito. Se colocó el mío y se levantó, con las manos en los bolsillos.
—Ahí tienes mi juramento. Además, Theo, deberías saber ya que mi corazón sólo pertenece a una pelirroja que hace skate. ¿Seguro que no has oído hablar de ella?
Después sonrió y se alejó silbando, dejándome sola con el corazón vibrando, mirando hacia las estrellas que comenzaban a aparecer en el cielo.

Theo.

3 comentarios:

  1. woooow
    me a encantado chicas!! es increible!! seguir asi porfavooor!!!

    Besos<3
    http://mundodeletrasymas.blogspot.com.es/

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  2. ¡Muchísimas gracias por leerlo, nos alegra que te guste!
    —STDC.

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  3. ASDFGHKLGFDKJSDLXFGJVZÑLDVKASÑLDFKASDÑLF *muere por la epic declaración de Libai* *Y porque aún siendo tan epic no ha habido beso y eso lo hace aún más epic porque no es empalagoso*
    MUERO DE AMOR, I SWEAR. LO SIEEEEEEENTO MUCHO POR NO COMENTAR EN TODO ESTE TIEMPO!!!!! Me he puesto a releer ahora mismo, a ver cuánto avanzo ^^
    Un besazo!!!!

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