JUEVES
POR LA TARDE.
Miré a mí alrededor.
Con el móvil aún en la mano me bajé del skate y busqué con la mirada. En la
pantalla del aparato aún estaba el texto reciente que nos había enviado a todos
Libai, que decía simple y llanamente que nos reuniéramos cuanto antes en el
parque. Para ser sinceros, me había librado de una gran montaña de deberes de
geografía, y de la común charla con mi madre de “eres una señorita y no debes
ni vestir ni actuar así porque…”. Muerte asegurada. A lo lejos divisé a Helen
meneando la cabeza al ritmo de la música que le llegaba de los cascos, subida
en su monopatín. Detrás de ella iba el resto, cada uno ocupado en una tarea
diferente. Me dejé caer sin ganas en uno de los bancos, evitando leer las inscripciones
malsonantes.
—Tenemos pique —dijo
a las claras Vincent cuando dejó caer toda su masa corporal a mi lado.
Helen, que aún
estaba retirando la música se le quedó mirando con cara de pocos amigos.
—Lo que has oído,
Helly. —Libai se sentó en el suelo, con aire despreocupado— Hoy ha venido uno
de los surferos y me ha tomado bastante el pelo. Ha dicho que no somos capaces
de ganarles. Mañana en la playa, ya sabéis. Hay una pista de bastante altura.
Los machacaremos —acto seguido, guiñó un ojo color manzana.
Helen resopló.
—Acabas de meter a
todo el grupo en un marrón por tus tonterías.
—No son mis
tonterías. Insultó en general.
Libai se giró para
buscar la aprobación de Leo, pero éste estaba escondido tras su mata marrón
canela de pelo, arreglando una de las ruedas de su destrozado skate.
—A mí me da igual
—dije, mientras me recostaba hacia detrás— es sólo un pique, ¿no? Hemos pasado
por muchos más antes.
—Muy bien, Theo.
—Libai sonrió y la fina línea de sus aparatos brilló— ¿Votos a favor?
Todos excepto Helen
levantamos la mano. Alcé una ceja, pues Helen era la chica más competitiva que
había conocido en mi vida. Aun así, estaba enfurruñada y con los brazos
cruzados.
—Bueno, si no
quieres no participes, Helly. Pero vas a dejar a todos con las ganas de ver tu
estupendo kickflip.
Todos reímos,
incluida ella. Libai sabía usar bastante bien el chantaje emocional. Ella,
media resentida levantó poco a poco la mano.
VIERNES.
Durante las clases,
no cesaba de recibir papelitos en mi pupitre. A todas horas y en todas las
clases. Unos provenían del asiento de detrás al mío, el de Libai, que no dejaba
de repetir que ganaríamos. De los sobrantes, unos pocos eran de surferos
amenazando, y otros, de gente que me comunicaba que apostaba por nosotros.
Estaba claro que no
había ninguna presión.
A la hora de la
salida, tenía un conjunto de cosas en la cabeza que se mezclaban entre sí. La
formulación del señor Rase se juntaba con las palabras de ánimo de mis
compañeros. Era frustrante.
Cuando llegamos,
apenas dos horas después me quedé muda de asombro.
—Esto está lleno —oí
decir a alguien.
Tenía la mente en
otra parte, en otra parte llamada Ethan. Mi hermano me había dicho que iría a
ver la competición, como posiblemente medio Santa Mónica, lo que quería decir
que tenía que hacerlo bien sí o sí, o aguantar sus burlas hasta el fin de los
tiempos.
Tragué saliva. El
espacio de asfalto que había entre la arena y la rampa estaba lleno de gente. A
rebosar. Pasamos entre todos ellos como pudimos y subimos a la plataforma,
desde donde podíamos ver a todo el mundo. Era un día soleado, de ésos que los
que más apetece en el mundo es tomarse un buen helado frío. A lo lejos y en
bañador vimos acercarse a nuestros “enemigos” temporales, que se acercaban
arrastrando las tablas. Apreté con fuerza la punta de mi skate y me retiré el
pelo hacia detrás.
Según dijo la voz de
un chico por un megáfono, la competición era sencilla. Por parejas, un surfista
y un skater hacían ambos una pirueta, y el que mejor lo hiciera ganaba un
punto. Un turno por cada pareja y una sola ronda. Por lo tanto, el máximo eran
cinco puntos.
Ellos se acercaron y
dejaron las tablas en el borde del camino, Cuando se subieron para acercarse a
nosotros la mayoría de gente ovacionó. Querían pelea. Yo no. Me quedé frente a frente
con Dreah, una joven rubia de puntas azules, enfundada en un bikini de mismo
color. Me miró de arriba abajo, e hizo que me cohibiera.
—La quiero a ella
—dijimos ambas a la vez.
El que parecía ser
el líder de ellos, un chico moreno de pelo rubio nos miró durante unos
instantes.
—Seréis las últimas.
La competición se desarrolló
con buenas piruetas, tanto en tierra como en mar. Íbamos bastante igualados
hasta que un chico llamado Lee se cayó de la tabla a causa de la corriente. Eso
eran puntos a nuestro favor. Delante de Dreah y de mí, los penúltimos, eran
Libai y el chico que nos había hablado antes, que se llamaba Neithan. Mi
contrincante se acercó mientras me colocaba el casco sobre el gorro de lana.
— ¿Asustada? —murmuró.
— ¿Por si te dejo
mucho en ridículo? Tranquila, sé controlarme.
Sus ojos, de un
suave azul, llamearon.
— ¿Te crees buena?
—Soy buena en lo que
hago.
—Será porque tienes
miedo de quedar mal delante de él.
Arrugué el entrecejo.
¿Él?
—Oh, vamos.
—continúo mientras se examinaba sus cutículas— ¿Acaso crees que no me he dado
cuenta? Babeas.
— ¿De quién hablas?
—De ése tal Libai,
Theodora. Se te caen las bragas.
Intenté omitir una
carcajada tapándome la boca con la mano. ¿Libai? ¡Pero si era como mi hermano!
—Uy, sí. Estoy que
no veas. Las perdí antes, ¿podrías avisarme si las encuentras?
Antes de que pudiera
contestarme nos llamaron. Sin darme cuenta habían dejado caer sobre mí el punto
definitivo, íbamos 2-2. Dreah se acercó a la arena, recogió su tabla y comenzó
a nadar mar adentro. Una ola de tamaño considerable se alzó, y ella la cabalgó
durante unos instantes hasta que ésta se disolvió entre espuma. Era buena. Una
enorme tanda de aplausos llenó el aire. Sin mirarla me acerqué a mi skate, lo
puse de lado, y empujando uno de los extremos hice que diera una vuelta sobre
sí mismo antes de que pudiera subirme encima. Después, comencé a impulsarme de
un lado a otro del tubo, buscando el momento perfecto. Cuando éste llegó, salte
en el aire, elevé la tabla conmigo y permití que diera varias vueltas antes de
que cayéramos juntos.
Me detuve
lentamente, con el corazón martilleándome en el pecho. El chico que hacía de árbitro
levantó la mano hacia nuestro lado. Habíamos ganado.
Grité de emoción y
lejos, oí decir a Vincent que teníamos que ir a comer a algún lado todos
juntos.
—Felicidades.
Una chica menuda estaba
justo al lado de Savannah, —la cual me miraba con cara impasible— y me sonreía,
pero no sabía si era de forma burlona o de real alegría. Sin encontrar
contestación asentí con la cabeza y me di media vuelta. Y allí encontré a
Dreah, empapada y con el pelo chorreando. Bajé un poco mis pantalones y me
levanté la camisa, dejando ver el borde de mi ropa interior. “Creo que no están
perdidas” vocalicé. Me fui a acercar a felicitarla cuando su boca se abrió.
—Estúpida.
— ¿Qué has dicho?
—pregunté, estupefacta.
—Estúpida —repitió.
Después sonrió malévolamente y gritó— Tal vez todo el mundo debería saber que
estás ena…
Antes de poder darme cuenta mi mano había
volado hacia su mejilla. Le había dado un tortazo. La palma me picaba; abrí la
boca para disculparme cuando noté que su puño me golpeaba una ceja y que algo
caliente comenzaba a manar de ella. Le devolví el golpe sin mirar, y le atestó
en el labio. Tenía los nudillos manchados de rojo. Cuando me preparé para
recibir el siguiente golpe algo tiró de mí hacia detrás, haciendo que Dreah
golpeara el vacío.
— ¡LIBAI! —grité,
sin necesidad de mirarlo para saber que era él— ¡LIBAI, SUÉLTAME O…! ¡O…!
¡LIBAI, SUÉLTAME!
Comencé a patalear y
a intentar darle en la espinilla o en cualquier parte dolorosa, pero me
agarraba con fuerza. El chico con el que Libai había competido agarraba a
Dreah, y hasta lo que alcancé ver le había mordido la mano. Mi opresor me
arrastro fuera de la multitud, cargando conmigo con un solo brazo, y con el
otro llevando los monopatines de ambos. Nos escondimos detrás de la pared de un
chiringuito de playa. Me dejó en el suelo y soltó los skates. Puso ambas manos
junto a mi rostro, pegadas a la pared. Me era imposible escapar.
— ¿Qué…ha sido eso?
Sus ojos brillaban.
Me crucé de brazos y miré al suelo.
—Se ha metido
conmigo.
— ¿¡Y ése es motivo
para pegarle!?
—Oh, perdone, su
majestad el pacífico. No me digas qué es un motivo y qué no. Estamos aquí por
tu culpa.
Él retiró las manos
y me miró a los ojos. Durante unos instantes estuvo serio, y hubiera jurado que
me atravesaba con la mirada, pero de repente comenzó a reír.
— ¡Deberías haberte
visto! Le alcanzaste con fuerza, Theo.
Poco a poco me fue
contagiando la risa. Apoyé la cabeza en la fría pared de detrás y cerré los
ojos.
—Tampoco habrá sido
para tanto.
—No, qué va. Sólo te
has roto una ceja —desabrochó mi caso, el cual había olvidado por completo y
dejó las correas colgando a ambos lados de mi barbilla. Cogió de su mochila un
paquete de tiritas blancas, me limpió la sangre seca y después me la puso— ¿Qué
es lo que te dijo?
No podía saberlo.
Simplemente sentía que no podía contárselo.
—Tonterías —murmuré.
—Deberías ir a
disculparte.
Intenté encarnar una
ceja, pero sólo lo sabía con la dolorida. Suspiré.
—No, no debería. Ella
me insultó.
—Y tú atestaste el
primer golpe, así que, camina. Que no se nos conozca por maleducados.
—Libai…No me hagas
pasar ésa vergüenza.
—Yo la he pasado
miles de veces, y te aseguro que no es para tanto.
Me miraba con
suspicacia. Puse los ojos en blanco.
—Voy.
Me abrí paso entre
la multitud, intentando pasar desapercibida, cosa que no resultó nada fácil. La
gente se abría ante mi paso como el Mar Negro. Crucé la playa corriendo
evitando miradas cuando llegué a donde estaba Dreah; en medio de un círculo
formado por todos los surferos. Noté vistazos agrios en mí, pero me dediqué a
jugar con un mechón de pelo.
—Esto… ¿Dreah?
La aludida asintió.
Tenía el labio hinchado.
— ¿Sí?
— ¿Podemos…hablar?
Miro a su alrededor.
—Supongo que sí.
Theo.