sábado, 1 de febrero de 2014

Theo. Capítulo 13.



DOMINGO POR LA MAÑANA.
Cuando Dreah se fue, la incomodidad aumentó por cien. En ése momento, aunque supe que la surfera lo hacía por mí, me dieron ganas de estrangularla. Libai me sonrió y señaló la pista con la cabeza.
—Helen y el resto se han ido a buscar la comida de hoy, al parecer han abierto un restaurante de comida rápida aquí cerca. ¿Vienes? Tenemos la pista para nosotros solos.
Asentí y lo seguí para salir de entre las palmeras, pero el sol nos dio de lleno en la cara. Hacía muchísimo calor, y como era mediodía, estaba pegando muy fuerte. Parecía un día de verano, y en ésos momentos envidiaba a los surferos.
—Uf —se quejó Libai, y se sentó como un indio, cerca del borde de la pista. Dejó su skate delante de él, y yo me acosté, apoyando la cabeza en el monopatín. Él me daba sombra— Me voy a derretir.
— ¿A derretir? ¿Qué eres, de cera?
—De chocolate —dijo, imitando las patéticas frases que usaba Kyl para ligar -sin éxito, por supuesto- en verano. Le bajé mi gorro hasta que le tapó los ojos.
—Pues ya tienes sombra.
Él se lo colocó bien, sonriendo, y un rayo de sol rebotó en sus aparatos.
— ¿Aún no se te ha curado la ceja?
—Ahí va —respondí, mientras me llevaba la mano a la pequeña tirita color carne—, lo que está claro es que rompe la estética de mi cara.
Libai puso los ojos en blanco y rió. Desde que lo conocí hablar con Libai siempre había sido como hablar con mi hermano, incluso mejor, pero en ese momento era de lo más extraño. Incómodo.
Él me miró a los ojos, serio, y yo le devolví la mirada. De repente, estar acostada me hizo sentir vulnerable. Libai se inclinó un poco, y sus ojos estuvieron a la altura de los míos. Noté su respiración hacerme cosquillas en la mejilla, y sus dedos me acariciaron el cabello. Noté cómo el corazón me subía por la garganta, y cerré los ojos, llevando inconscientemente mi mano izquierda hasta su rostro.
— ¡Ya estamos aquí! —gritó Helen, alargando la última letra.
Libai se irguió tan rápido que pareció que su cercanía hacia mí desapareció en segundos. Estaba ruborizado, así que no quise imaginarme como debía estar yo. Me alcé y vi a Helen y a los chicos pasando bajo el arco de la entrada. Supuse que no se habían dado cuenta de nada, porque Libai les estaba dándo la espalda, y desde atrás parecería que estábamos hablando. Intenté mirarlo, pero Libai me esquivó. Así que cuando Leo me dió mi hamburguesa y mi refresco y les pagué mi parte, me senté en mi lugar junto a Helen. Normalmente Libai estaba a mi otro lado, pero se sentó junto a Marc, en la otra punta.
Mientras comíamos, cada vez que lo pensaba me ruborizaba, así que acabé comiendo mirándo al suelo. Helen, tras unos minutos, comenzó a hablar de lo genial que fue la pelea del otro día, y de que a pesar de todo Dreah le estaba cayendo bastante bien.
—Es una buena chica, ¿no creéis? —comentó.
—Y es muy guapa —dijo Kyl, el cual tenía un enorme manchurrón de kétchup alrededor de la boca.
—Y tú sólo piensas en eso.
Leo, que estaba sentado en el centro del bowl, le daba mordiscos de vez en cuando a su hamburguesa, a la vez que arreglaba las ruedas de su destrozado skate.
—Eh, Leo  —levantó la cabeza y me miró, sonriente. Sus ojos grises brillaron tras el fleco—. He visto un skate bastante bonito y barato en la tienda. ¿Por qué no te lo compras?
Él se encogió de hombros.
—No tengo dinero para pagarme un skate nuevo. Éste me vale, ¿véis?
Se marchó para demostrarnos que sus palabras eran ciertas, y cuando saltó, una de sus ruedas se cayó, lo que provocó que al tocar el suelo se cayera de frente. Marc chasqueó la lengua.
—Me da pena. ¿Y si le regalamos ése skate?
Todos asentimos. Leo siempre tenía la fe de que podría arreglar su tabla, pero estaba tan destrozada que era ya misión imposible.
—Libs, ¿qué te pasa?
Libai miró a Helen y se encogió de hombros; tras lo cual siguió concentrado en su bocadillo. Mi amiga me miró a mí, con las cejas alzadas. Me sorprendía su capacidad de comprender las cosas antes que nadie. Le murmuré que ya le contaría.
Cuando terminamos de almorzar, Libai se levantó y se limpió las manos. Todos lo imitamos.
—Habéis traído los bañadores, ¿cierto?
Todos asentimos. Habíamos quedado para pasar la tarde en la playa, así que fuimos en grupo. Antes de llegar, divisamos a lo lejos a los surferos, de los cuales unos cuántos ya estaban dentro del agua. Dreah se acercó a mí.
— ¿Tienes el bikini?
—Sí.
—Ven, te llevaré a un sitio dónde puedas cambiarte.
Dreah me guió hasta una pequeña cabaña de madera, que era como un probador de una tienda. Me cambié rápido, poniéndome el bikini negro. Hacía años que no iba a la playa, así  que había tenido que comprarme uno para ése día, porque a Libai le había dado por “hacer amigos” con otros grupos. Sobre el bañador me puse unos pantalones cortos verdes, y una camisa Hurley verde clara.
Dreah, que me estaba esperando apoyada en la puerta puso los ojos en blanco y caminamos juntas hasta la arena.
—Te he guardado una de mis antiguas tablas —me espetó—, a ver si logras aprender algo.
—Calla. A ti te toca el próximo día con la tabla y las ruedas en tierra firme —esbocé una sonrisa—, y veremos quién se ríe de quién.
Cuando llegamos, los chicos ya se habían cambiado. Libs llevaba un bañador azul cielo que le llegaba por encima de las rodillas, y tenía el torso al aire. Como generalmente pasábamos la mayor parte de nuestro tiempo libre en la pista, nunca lo había visto en bañador. Tenía los abdominales bien formados, y los brazos fuertes. Y lleno de pecas. Al igual que sus mejillas y nariz, toda la parte superior de su tórax estaba lleno de ellas.
Dreah se sentó en la arena junto a él, y me miró, divertida mientas me quitaba la camisa.
— ¿Por qué te sientas? ¿Hay que hacer digestión o algo?
—No —Neithan, el amigo de Dreah y según me había enterado, también de Libs, avanzó hasta situarse junto a mí— es que te voy a enseñar yo.
— ¿Tú? —me di cuenta de que había sonado un poco borde, y me intenté corregir— Es decir, Dreah me había dicho…
—A Dreah no le hagas caso —dijo, y sus labios se curvaron en una bonita sonrisa.
                                                        ***
El resto de la tarde se desarrolló por mi parte en planchazos contra el agua e intentar coger mis primeras olas. Hacer surf era un poco difícil, pero el equilibrio lo tenía ya de por sí; lo que había cambiado era la superficie. Y el agua era más traicionera.
Cuando oscureció, decidí marcharme. Los chicos se iban a quedar un poco más, pero yo aún no había terminado mis deberes del día siguiente, así que recogí, me vestí y comencé a caminar. Me despedí de todos ellos con una sonrisa, pero Libai ni siquiera me miró. Se había pasado la mayor parte del tiempo sentado junto a Dreah, y cuando entró en el agua, todos nos sorprendimos, porque sabía. Por supuesto, no tanto como Neithan o Dreah, pero no se le daba nada mal.
 El camino hacia mi casa se acortaba por la pista de skate, así que mientras me escurría el pelo con una pequeña toalla, avancé hacia ella. Cuando la estaba cruzando, oí el repiqueteo de unos tacones a mi espalda.
—Theodora.
Me giré con las manos en mi pelo. Savannah Knowels me miraba desde lo alto de sus tacones, que eran una especie de botines. Me pregunté cómo no se partía un tobillo sobre ellos. O cómo no se moría de frío con aquellos pantalones tan cortos y ese mini top. Su cabello violeta le caía sobre un hombro.
—Eh…hola.
Avanzó hacía mí.
— ¿Están por aquí tus amigos? Tengo que decirte una cosa, y no me gustaría que ninguno de ellos estuviera delante.
Tenía una voz potente y firme. Y entonces recordé lo bien que había cantado en la fiesta del día anterior. Al menos lo que la había oído.
—No, estoy sola.
—No tardaré mucho. Escucha, sabes quién es Caitlin, mi…lo que sea.
— ¿Amiga? —ella entrecerró los ojos, como un león a punto de atacar una presa. Me corregí— Bueno, la chica que siempre está contigo.
—Sí, ésa. Mira, no suelo hacer esto, pero le das envidia. Le da igual la gente, y los sentimientos, e incluso la dignidad, así que hará todo lo posible por conseguir a Libai. Ayer lo besó a traición, y dudo que sea lo único que intente hacer.
Recordarlo me sintió como una patada en el estómago.
—De todas formas, a Libai no…
—Theodora, no subestimes la capacidad de atracción de Caitlin. Consigue todo lo que quiere. Y ésta vez no me gustaría que lo hiciera.
Se dio la vuelta sobre sus tacones y comenzó a marcharse.
— ¡Oye! —se giró y me miró por encima de su hombro— Gracias, Savannah. Pero… ¿por qué haces esto? Nunca antes me habías hablado.
Ella se encogió de hombros.
—Supongo que veo lo que Libai te quiere. Y lo que tú le quieres a él. Meterse en medio es…mezquino. —se echó el pelo hacia detrás, que se balanceó en su espalda— Hasta otro día, Theodora. Y no olvides lo que te he dicho.
— ¡Theo!  —le dije, y volvió a mirarme solamente girando el cuello— Llámame Theo.

Savannah… ¿sonrió? No creo. Pero aún así me dio ésa sensación.


Theo.




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